martes, 20 de noviembre de 2012

El “efecto Perelló”: a big bang theory


Max Planck tenía tan solo 16 años cuando decidió que quería ser físico. Su profesor le había dicho que no lo hiciera; que, total, estaba ya casi todo descubierto (¡en 1874!). Sin embargo, él aspiraba a comprender los fundamentos de la física, y por eso se matriculó en esta especialidad en la Universidad de Múnich. A los 21 años ya era doctor, y a los 22, profesor universitario. Cuenta la anécdota que, en una ocasión, olvidó en qué aula había de impartir su lección. Al preguntar en la secretaría dónde era la clase, el viejo secretario le respondió con una palmadita condescendiente en la espalda: “Hijo, no vayas a esa clase. Eres demasiado joven para entender las clases del profesor Planck”.

No me resulta muy difícil imaginar una situación similar 125 años después en otro escenario diferente (una cancha de baloncesto) y con un protagonista distinto pero igualmente joven, ambicioso y lleno de talento: Rubén Perelló. Los resultados conseguidos por el C. B. Lucentum desde que tomara las riendas del equipo como primer entrenador han hecho que empiece a hablarse de él en términos de teorías físicas: es el llamado “efecto Perelló”.

Redes sociales, radio, prensa y televisión han tratado de explicar el cambio vivido por el equipo lucentino utilizando tan acertada etiqueta, originaria del lucentino Ramón Juan en su descripción de la gran victoria de los alicantinos ante el Autocid de Burgos, el primero de los triunfos conseguidos por el técnico balear. De hecho, el propio Ramón Juan ha aventurado en su blog una explicación de tal fenómeno. Yo, a fin de ofrecer una perspectiva diferente, y continuando el paralelismo con el alemán Max Planck, recurriré a la ciencia que describe todas y cada una de las cosas que, de la primera a la última, suceden en el universo: la física.


Algunos lectores pensarán, quizá, que nada tiene que ver la física como ciencia con el baloncesto como deporte. Pero si ellos hablan del “efecto Doppler”, con pleno derecho hablaremos nosotros del “efecto Perelló”. Ya dice Sheldon Cooper, protagonista de “Big Bang Theory”, que “cuando entiendes las leyes de la física, todo es posible”. ¿De qué otra manera, si no es en términos físicos, puede explicarse el partido disputado el pasado viernes entre el Força Lleida Club Esportiu y el C. B. Lucentum?

Eran las nueve de la noche cuando, sobre la pista del Barris Nord, se enfrentaban Simeon, Pino, Feliu, Bandoumel y Johnson a Rivero, Llorca, Green, Fernández y Coppenrath. Lleida contra Lucentum. Joaquín Prado vs Rubén Perelló. Y todas las leyes de la física sobre la cancha para poner a prueba la resistencia, la precisión, la velocidad, el peso, la fuerza de la gravedad y el acierto de diez hombres frente a dos tableros y un balón.


Pocos minutos pasarían hasta que el equipo visitante, de manos de los grandes protagonistas del partido, se pusiera por delante. Álex Llorca y Taylor Coppenrath habían conseguido llegar a un alarmante 11 – 19 que forzaba a Prado a detener el partido. Pedro Rivero remataría el primer cuarto con un triple que daba como resultado el 13 – 22 con el que acababan los primeros diez minutos. Se cumplía la primera ley de Newton o ley de la inercia: solo una fuerza mayor puede romper la racha ganadora del Lucentum. Y hasta entonces, el Força Lleida no había sido suficiente para detener la inercia victoriosa lucentina.

El segundo cuarto no empezaba mal para los nuestros. Sin embargo, la cantidad de faltas cometidas, que nos puso pronto en bonus, y el cambio de juego que imprimía la fuerte presión a toda cancha del Lleida, liderado por Pino, se tradujeron en un demoledor parcial de 10 – 0 que servía para empatar el partido a 27. En ese momento, Rubén Perelló, que no piensa jugársela a “piedra, papel, tijeras, lagarto, Spock”, apuesta por Coppenrath. El pívot americano parece haber versionado el “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo” de Arquímedes para convertirlo en “pasadme un balón bajo el poste y sacaré un 2+1”. De nuevo, él y Llorca volverían a imponer la ventaja para Alicante, llegando al descanso con cuatro puntos sobre el rival (34 – 38). Sus valiosas canastas se acomodaban a la segunda ley de Newton o ley de fuerza, que nos permite explicar los movimientos del balón y el acierto en el aro.

Ya en la segunda parte, los nuestros irían abriendo poco a poco la brecha hasta llegar a los diez puntos del 40 – 50. Esos minutos nos dejarían una buenísima asistencia de Llorca para Rivero y grandes canastas de Coppenrath y de Fernández, apurando la posesión. Pases largos, aprovechamiento de los huecos y, ¡chof!, Middleton dentro. No obstante, a la vista de la supremacía lucentina, el Lleida aprieta fuerte, forzando las pérdidas de los alicantinos con presiones dos contra uno, que logran recortar la ventaja hasta el empate a 52, tras un contundente 11 – 0 para los locales. Esta remontada puede explicarse fácilmente a partir de la tercera ley de Newton o ley de acción y reacción: si el Lucentum, como acción, se pone diez puntos por delante, el Lleida, como reacción, intentará lo mismo. Así acababa, pues, el tercer cuarto del partido.

Fue entonces cuando el Lucentum tiró de casta y demostró en pista en qué consiste el “efecto Perelló”. El triple de Pino tuvo su réplica de manos de Romà Bas, y el alley oop de Bandoumel fue certeramente correspondido, de nuevo, por un gran Bas. El escolta del Lucentum coge el balón y, en décimas de segundo, hace un rápido cálculo físico: distancia a la canasta, peso del balón, resistencia del aire y de los defensores, tiempo disponible para realizar el tiro, posición del brazo, fuerza del lanzamiento, trayectoria de la pelota. Tiro y dentro. Baile de ataques y faltas entre los dos equipos, que solo sirven para que el Lucentum pueda afrontar un cómodo final de partido, cuyo resultado es 66 – 79.

Cuatro partidos, cuatro victorias. Póker del club. Confirmación del “efecto Perelló”.

Detengámonos en él y volvamos a nuestro Max Planck en busca de una explicación.

Uno de los científicos con quien trabajó Planck es el personaje del siglo XX por excelencia: Einstein (Albert, como varios de los jugadores del Lucentum). Su teoría más famosa, la de la relatividad, en la que intervino Planck, explica en parte el “efecto Perelló”. Tanto la relatividad general como la especial parten de la idea de que la posición del observador es fundamental para interpretar el universo. Ello abre la puerta, incluso, a uno de los grandes anhelos del ser humano: los viajes en el tiempo. El propio Rubén Perelló ha afirmado que su condición de segundo entrenador le ha permitido, en muchas ocasiones, gozar del privilegio de ser un observador distinto. Esa posición diferente le ha hecho conocer el baloncesto desde otro punto de vista, acercándole a las necesidades de cada jugador. Desde la relatividad que le daba su rol de segundo de a bordo, ha podido obtener valiosa información para poder sacar partido a cada pieza del equipo, y todo ello lo ha puesto en práctica como técnico principal del C. B. Lucentum.

Pero hay más. De Galileo a Newton, de Pascal a Einstein, de Eratóstenes a Kepler, de Arquímedes a Faraday, de Copérnico a Planck, la teoría física que más me fascina es, sin duda, la del enmarañamiento cuántico, que consiste en la posibilidad de transmitir información a distancia. Dos partículas, aunque estén separadas a años luz, pueden compartir información al instante, de modo que ambas experimenten los mismos fenómenos aunque no estén en contacto directo. Aun siendo distintas, pueden comportarse como una sola. Estoy segura, y no dudo de que Sheldon Cooper me diera la razón, de que esa es exactamente la explicación del “efecto Perelló”. Rubén ha conseguido transmitir la información necesaria a todas las partículas que conforman el equipo, de modo que se comporten como una sola, aunque separadas. Es capaz de contagiar su entusiasmo, sus ganas, su seguridad y convencimiento al instante a sus jugadores, tal como sucede en la física cuántica. Se trata, ni más ni menos, que de un enmarañamiento cuántico. Un auténtico big bang en el universo del baloncesto.

Así que, como vemos, el básket también puede explicarse a partir de la física cuántica.

Fue en 1918 cuando el gran científico cuyos descubrimientos abrieron el camino de estas teorías recibió el premio Nobel de Física. Era alemán, y se hizo físico aun cuando le dijeron que ya estaba casi todo descubierto. Se llamaba Max Planck. Y sus ideas nos sirven, un siglo después, para interpretar las causas del “efecto Perelló”: el despertar de un equipo que ha sabido enmarañarse cuánticamente con el espíritu ganador de su entrenador. ¿Cuál será, para él, como para Planck el Nobel, el premio que le tiene reservado el mundo del baloncesto?


Mar Galindo

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